Pérdidas y vacío
Por circunstancias diversas he tenido este blog bastante abandonado. Cambios en mi vida, que voy aceptando aunque a veces sienta miedo ante lo nuevo, ante la incertidumbre.
Desde después de fiestas he inaugurado horario nuevo en mi trabajo actual como trabajadora social en la residencia geriátrica y ahora tengo media jornada y, por lo tanto, medio sueldo. Eso me asusta, ya que no puedo prescindir de este dinero y al mismo tiempo siento que es la oportunidad de volverme a tirar a la piscina, como ya he hecho en otras ocasiones de mi vida y desarrollar facetas mías que tengo bloqueadas.
Como creo que en esta vida todo suceso tiene una razón de ser, me tomo esta nueva situación laboral como la oportunidad que el Universo me ofrece de lanzarme a ofrecer lo mejor de mí, a ser creativa y a desarrollar más mis cualidades terapéuticas.
En mi vida personal, además de la muerte del padre de mis hijos pronto hará dos años, lo que supuso un aterrizaje forzoso y me catapultó hacia el desarrollo de mi profesión, sin más dilación, últimamente he sufrido otra pérdida que me ha entristecido mucho: el de una amiga a la que quería (y quiero) con locura.
Son las dos muertes más significativas hasta el momento de mi vida y de ellas he aprendido a distinguir entre dolor y sufrimiento. Me he dado cuenta de que el dolor aceptado es mucho más soportable que el sufrimiento que supone rechazar el dolor.
Dentro de un proceso de duelo, todas las fases corresponden a diferentes emociones y actitudes que tapan el núcleo: el dolor por la pérdida. Todas ellas son necesarias para alcanzar dicho núcleo, al estilo capas de cebolla que se pueden ir retirando a medida que permitimos que esas emociones surjan a a la superficie. En un proceso normal, finalmente llegaremos a ese dolor tan temido, que es menos monstruoso de lo que imaginamos una vez aceptado.
Darle espacio al dolor, cuidarlo, escucharlo, acariciarlo es la mejor manera de ir suavizándolo. El auténtico dolor es sereno. Solemos escaparnos a través del histerismo, de la dramatización o bien, por la polaridad opuesta: la indiferencia, el helor, el bloqueo de toda emoción, para no sentir. Nada de todo eso servirá, ya que el dolor seguirá ahí, en nuestro interior y si no se siente atendido, encontrará la manera de que le hagamos caso, bajo mil formas.
Un proceso de duelo no es cosa de dos días, ni de dos meses. Cada uno necesitará más o menos tiempo para llegar a la aceptación de ese vacío que se produce en nuestra vida y que será insustituible.
La vida se compone de estos momentos y también de otros, motivo de alegría y de satisfacción. Pretender que sólo haya de los segundos es obviar la naturaleza humana.
Desde después de fiestas he inaugurado horario nuevo en mi trabajo actual como trabajadora social en la residencia geriátrica y ahora tengo media jornada y, por lo tanto, medio sueldo. Eso me asusta, ya que no puedo prescindir de este dinero y al mismo tiempo siento que es la oportunidad de volverme a tirar a la piscina, como ya he hecho en otras ocasiones de mi vida y desarrollar facetas mías que tengo bloqueadas.
Como creo que en esta vida todo suceso tiene una razón de ser, me tomo esta nueva situación laboral como la oportunidad que el Universo me ofrece de lanzarme a ofrecer lo mejor de mí, a ser creativa y a desarrollar más mis cualidades terapéuticas.
En mi vida personal, además de la muerte del padre de mis hijos pronto hará dos años, lo que supuso un aterrizaje forzoso y me catapultó hacia el desarrollo de mi profesión, sin más dilación, últimamente he sufrido otra pérdida que me ha entristecido mucho: el de una amiga a la que quería (y quiero) con locura.
Son las dos muertes más significativas hasta el momento de mi vida y de ellas he aprendido a distinguir entre dolor y sufrimiento. Me he dado cuenta de que el dolor aceptado es mucho más soportable que el sufrimiento que supone rechazar el dolor.
Dentro de un proceso de duelo, todas las fases corresponden a diferentes emociones y actitudes que tapan el núcleo: el dolor por la pérdida. Todas ellas son necesarias para alcanzar dicho núcleo, al estilo capas de cebolla que se pueden ir retirando a medida que permitimos que esas emociones surjan a a la superficie. En un proceso normal, finalmente llegaremos a ese dolor tan temido, que es menos monstruoso de lo que imaginamos una vez aceptado.
Darle espacio al dolor, cuidarlo, escucharlo, acariciarlo es la mejor manera de ir suavizándolo. El auténtico dolor es sereno. Solemos escaparnos a través del histerismo, de la dramatización o bien, por la polaridad opuesta: la indiferencia, el helor, el bloqueo de toda emoción, para no sentir. Nada de todo eso servirá, ya que el dolor seguirá ahí, en nuestro interior y si no se siente atendido, encontrará la manera de que le hagamos caso, bajo mil formas.
Un proceso de duelo no es cosa de dos días, ni de dos meses. Cada uno necesitará más o menos tiempo para llegar a la aceptación de ese vacío que se produce en nuestra vida y que será insustituible.
La vida se compone de estos momentos y también de otros, motivo de alegría y de satisfacción. Pretender que sólo haya de los segundos es obviar la naturaleza humana.
Comentarios
Somos lo que somos por las personas a las que queremos, eso no nos lo va a quitar nadie estén aquí o no. un beso
Me encanta esa frase última de que somos lo que somos por las personas a las que queremos.
Un beso
Muchos ánimos y un abrazo